A 300 mil kilómetros por segundo corre la luz. A 340 metros por segundo viaja el sonido. No superar esa velocidad es elemental para mantener el orden del espacio y el tiempo. El tiempo nos da perspectiva. Sólo el tiempo permite separar un error de un acierto. Cuando nos alejamos un tiempo y volvemos, cada detalle se vuelve un acontecimiento, un cambio
.
Luego de casi tres meses tratando de ignorarlo como quien extraña con dolor, fui liberado de mi cabestrillo, sacudí el óxido de la camiseta y los zapatos de goma para rencontrarme con el Parque de Este, o Generalísimo Francisco de Miranda, según se nombre.
Entre la bruma de la lluvia emerge una isla de concreto que están construyendo frente a la entrada del estacionamiento norte, donde es común que se "malparen" carros interrumpiendo el caudal de entrada y salida. Una vez estacionado, parece seguro, como si ya es de día, pues ha mejorado el alumbrado, pero se nota sólo si te encuentras junto a la caminería, pues del lado contrario se camina "tanteando" con los dedos porque luz no hay.
También me sorprendió felizmente un nuevo estacionamiento para quienes llegan en vehículo con propulsión a corazón , también conocidos como bicicletas. Pero pienso que adolece de vigilancia exclusiva y necesaria por las razones que todos conocemos.
Me gusta la idea de un parque y dos nombres. El Parque del Este, silencioso madrugador que presta sus pequeños morros, sus araguaneyes, el sonido de su modesta quebrada, para acompañar a los jadeantes
visitantes de la mañana, y más tarde, El Parque Generalísimo Francisco de Miranda, inolvidable espacio para dejar las "rueditas" infantiles y convertirse en "grande" para echar pedal; el mismo de las piñatas y de jugar tonga.
El parque es una bendición, como también lo es El Ávila, o tantos otros momentos y lugares a los que pertenecemos con el sentimiento. El parque nos necesita tanto, como nosotros a él. Yo lo quiero y me dejo querer. ¿Y tú?
Para mi es un amor que comienza, pero sospecho que durara...
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