martes, 31 de marzo de 2015

LO QUE NADIE ME DIJO ANTES DE CORRER MI PRIMER MARATON CAF



Uno puede dividir en dos la línea imaginaria de la vida de varias maneras. Antes y después de ser padre o madre. Luego del primer beso, o del primer amor que irremediablemente se desencuentran en el espacio-tiempo. Antes y después de las rueditas de la bicicleta. Antes y después de Las Torres Gemelas. Antes y después de la mentira. Antes y después de una lesión. Antes y después de la primera menstruación. Antes y después del primer sueldo. Y así podríamos seguir registrando cada una de nuestras buenas y malas memorias para seguir fraccionando en dos, como si cada ser humano necesitara eventos trascendentales, biológicos o no, que vayan minando de puntos de no retorno el pasar por este plano espiritual. El lugar común de todos los quiebres gozados y sufridos, es que nunca fueron igualados por la anécdota ajena, como quien trata de explicar las cosquillas, las lágrimas o hacer el amor: no ha nacido el poeta, no hubo "cuentahistorias" que lograra evocarnos el momento, sin embargo, algunos retazos libres de esas vidas prestadas fueron atesorados ingenuamente en las esquinas de las conciencias como avíos para las comparaciones, los preparativos o el chisme ruin.
La mañana, como mi sangre estaba entre fría y caliente en concentraciones indisolubles. La vanguardia del alba sin cantar de gallos llegó junto mí al Parque Los Caobos donde fui obligado a juntarme con los del resto de mi rebaño: los corredores de 42 kilómetros 195 metros. Pude darme cuenta durante el calentamiento que nos habían marcado con un color de dorsal distinto al de la media maratón. Todo iba normal menos mi pulso y mis pensamientos que fueron interrumpidos por alguna estrofa del Gloria al Bravo Pueblo, a la línea de salida y el pistoletazo. El nivel de ansiedad del arranque me puso sediento apenas en el túnel que guía a la Avenida Bolívar, tuve que esquivar una alcantarilla y me percaté que la luz del día aún no brillaba suficiente para iluminar mi reloj y saber el paso de partida, al pasar el primer kilómetro pude cotejarlo, pues mi puntería estaba tan alterada que no logré encender la luz del reloj en los primero 5 minutos de carrera. Los metros fueron colándose bajo mis pies y pude admirar nuevamente la arquitectura de La Iglesia de Nuestra Señora de Lourdes de la Avenida San Martín, pensé en el privilegio de trotar por esa vía sin tropezar con carros, ni autobuses, y sin el bullicio de la economía de la zona, más allá de algún sorprendido que salía de "botiquinear" por ahí y se burlaba de lo corto de mis shorts. Luego La Redoma de la India, el túnel vegetal y los vecinos de El Paraíso que bajan a sus niños a ver a los corredores, mi primera sensación de heroísmo, inmediatamente después me alertan que se aproxima la subida de Roca Tarpeya, es cierto, ya la tengo frente a mí, concentro la energía en el tren superior, braceo y la corono. Se vino la Avenida Victoria, luego los Próceres, donde estaba la barra familiar, mejoro la postura, pongo rostro de suficiencia y alegro mi paso, dando ya la vuelta en El Patio de Las Academias siento el concreto que rechaza mis pies con más saña que el asfalto, pero lo importante es que me vieran bien, allí cometo mi primer error en un maratón. Veo el reloj y estoy cerca del kilómetro 18, dos minutos por debajo de lo proyectado, y la sensación que traigo es de  mucho bienestar y ganas de acelerar, me dejo llevar por las emociones, los aplausos de quienes sí saben mi nombre y sigo, paso "Los Estadios", la Avenida Casanova y bajo a Las Mercedes. Kilómetro 25 aproximadamente, sale un brazo desconocido de la acera empuñando un objeto conocido, un bocadillo, lo engullo sin atender a la respiración, las sensaciones de bienestar están ya en el olvido, comienzo a comprender que tengo un problema, o varios que hacen uno. Me duele el cuerpo, me falta aire y lo raro es que "me entro un aire", es decir, tengo una puntada que me ha obligado a bajar el ritmo, y faltan al menos, 12 kilómetros con 195 metros. Estar en la Río de Janeiro, me hizo sentir muy solo, incomprendido por mí, ¿Que hacía yo ahí?, en medio de la nada, sin nadie en la periferia, en mi mirada nublada de dudas se fue acercando la silueta de mi familia que milagrosamente había logrado establecer un segundo punto de apoyo. Para pasar a un lado de ellos esta vez tuve que actuar, quizás no los convencí. A la altura de El LLanito cruzo el Río Guaire y tomo la Avenida Francisco de Miranda. En ese momento tuve la sensación que comenzaba el camino de regreso, tan pesado como volver de las vacaciones y siento que voy corriendo con la nariz rozando el asfalto, una voz amiga me dice ¡Pedro te ves muy bien!, no le creí, pero hoy valoro mucho y comprendo la sustancia de sus palabras. En ese momento se me fue la señal, dejé de grabar mi vida, di un salto de eje que hoy es conocido como laguna mental, no sé qué paso ni cómo llegué corriendo al edificio de La Previsora, mucha gente me animaba y decía su verdad, ¡Ya estas cerca Pedro!. Me sentía miserable, pensé que lo había hecho peor pues había parado el reloj, para catigarme menos en lo psicológico, y enfocarme en llegar. A 195 metros del final me vuelvo a sentir el héroe que era a los 10k y a los 18k, pero el cuerpo no me da para expresarlo, he cruzado la meta. Ha comenzado la segunda mitad de esta vida.

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